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Los padres de la Tauromaquia: Joselito 'El Gallo'

José Gómez Ortega en realidad se llamaba José Miguel Isidro del Sagrado Corazón de Jesús Gómez Ortega nació el 8 de mayo de 1895 en Gelves. Hijo del torero sevillano Fernando Gómez García Fernando “El Gallo” y la bailaora gaditana Gabriela Ortega Feria. Su primer mote fue Gallito III pero al consumarse como uno de los Padres del Toreo Moderno, se le reconoció como Joselito El Gallo. Entre sus aportaciones podemos anotar:

  • La invención de los apoderamientos.

  • Las construcciones a gran escala de Plazas de Toros para disminuir el precio del boleto.

  • La selección de un toro que permitiera la lidia.

  • La consolidación del Toreo en Redondo.



A continuación compartimos el romance que recita uno de los personajes durante la puesta en escena de El torero más valiente. Tragedia española.

Obra teatral en verso, de 1934 del poeta Miguel Hernández dedicado a la muerte de Joselito.

- EL CIEGO:


Bello, moro y español

como la Torre del Oro,

catedral de luz cristiana

con el bulto transitorio

iba Joselito el Gallo

de punto en punto redondo.

Como Dios, por todas partes

estaba: por los periódicos,

por los muros, por las bocas,

por las almas, por los cosos…,

todo lo multiplicaba

y lo enaltecían todos.


Estaba el lugar de España

tan enamorado, loco,

la mitad de su valor

y la mitad de su rostro.

¡Talavera de la Reina!

Calavera yo te pongo

por mal nombre, mala sombra,

mala tarde y malos toros.

Calavera, Calavera.


Allí salió a Joselito

un toro de malos modos,

malintencionados cuernos,

malintencionados ojos.

Bailador lleva por nombre,

miren qué nombre tan propio.

¿Qué muerte no es bailadora

ante una vida de plomo?

La hechura mejor de Dios,

la nata de lo gracioso,

el rey de la torería,

allí se quedó sin trono,

allí se quedó sin forma,

allí perdió su cogollo

con el toril de las venas

medio abierto a sus arroyos.


España, que estaba entonces

pajiza en el abandono

de su sol y de su campo,

se hizo un borrón. Sólo lloros

y ayes por todos los pueblos

se oían y terremotos.

Toda la tierra temblaba

de sentimiento y asombro.

Aumentó el Guadalquivir

su volumen caudaloso

con el limón que esgrimían

las sevillanas sin novio.

A mares lloraban todas

cuando el entierro lujoso

pasó y él embalsamado

iba hacia Dios y hacia el foso.


La capa de atorear,

frágil defensa y adorno

airoso de su existencia,

hecha de su muerte apoyo

por cabecera llevaba

para el último reposo.

¡Cuánta corona pusieron

sobre su ataúd precioso!

Hasta el rey rindió la suya

al que era real en todo.

Ante su cuerpo tirados

los claveles luminosos,

se abrían las venas sobre

alamares de sus hombros,

pura transfusión de sangre

pretendiendo generosos,

por ver si lo levantan

de su lecho mortuorio.

Allá, por el polo norte

del candor, ¡qué puro polo!,

un deshielo de jazmines

le caía silencioso

y las rosas, boquiabiertas,

expiraban como elogios,

como presencias de besos

de muchos labios hermosos

que, no pudiendo sus besos

de verdad dar, por esposos

o galanes le mandaban

sus ejemplos a manojos.


¡Adiós, Joselito el Gallo!

¡Adiós, torero sin otro!

Dejas el ruedo eclipsado

su círculo misterioso

con la soledad del sol

y la soledad del toro.

A todos les viene ancho

aquel anillo sin fondo

que a tu vida se ajustaba

cabal y preciso, como

hecho de encargo por Dios

para tu arte y tronco.



Nota de la editora: este artículo se publicó en la edición "Padres de la Tauromaquia", correspondiente al mes de junio 2022 (Año 0, no. 3), de la revista #PueblaEsTaurina que puedes leer en el simulador dando clic aquí.

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